lunes, 12 de julio de 2010

Hay una guerra cultural contra el sustrato cristiano de nuestro pueblo

Hay una guerra cultural contra el sustrato cristiano de nuestro pueblo


La Plata (Buenos Aires), 9 Jul. 10 (AICA).- “La fecha de la independencia nacional está señalada actualmente por la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Itatí; es éste un signo providencial, que manifiesta con elocuencia las raíces católicas de la Argentina”, dijo el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, en la homilía de la misa de acción de gracias por el 194º aniversario de la Independencia Nacional, celebrada este mediodía en la basílica de San Ponciano.

Al referirse a los orígenes cristianos de la Argentina, el prelado menciona asimismo “el origen casi contemporáneo de otros dos fenómenos religiosos hondamente argentinos. Hacia 1620 los indios calchaquíes comenzaron a honrar la imagen de Nuestra Señora del Valle en Catamarca, donde cuarenta años después se erigió una capilla, transformada con el tiempo en la actual catedral. De 1630 data el culto de Nuestra Señora de Luján en ese sitio entrañable de la pampa bonaerense, para nosotros tan cercano, que merced a diversas circunstancias ha alcanzado una verdadera capitalidad, sobre todo porque la Virgen Inmaculada, en su advocación de Luján, ha sido proclamada Patrona de la Nación Argentina. Este vértice altísimo configura con los otros dos puntos citados un triángulo mariano que abraza el corazón de la Patria: Itatí, el Valle y Luján expresan el origen católico de esta Patria nuestra y la indiscutible identidad de su pueblo”.


Sus nombres designan calles pero no se recuerda su condición

“Hoy -agregó- celebramos otro aniversario de la declaración de nuestra independencia, el hecho más saliente de toda nuestra historia”. Y recordó que “entre los representantes de las provincias figuraba un gran número de sacerdotes; sus nombres designan calles de la capital federal, pero casi nadie recuerda su condición: fray Cayetano Rodríguez, Antonio Sáenz, Acevedo, Colombres, Corro, Castro Barros, fray Justo Santa María de Oro, Gallo, Uriarte, Aráoz, Thames, Pacheco de Melo. De los 29 diputados que firmaron el acta de la declaración de independencia, 11 eran sacerdotes”.

En ese sentido, destacó que “la asamblea comenzó el 24 de marzo con la misa del Espíritu Santo, celebrada en la iglesia de San Francisco. En el juramento de los congresistas se manifestaban las preocupaciones principales: la primera, conservar y defender la religión católica apostólica romana. Al día siguiente, otra vez misa y tedéum en San Francisco, para dar gracias a Dios por la instalación de la asamblea”.


El problema político: un estigma que marcó la vida nacional

Por otro lado, subrayó que “durante las sesiones del Congreso de Tucumán se discutió mucho sobre la forma de gobierno, pero no se pudo llegar a una resolución definitiva, aunque la mayoría se inclinaba por una monarquía constitucional”. En ese sentido sostuvo que “esta cuestión acerca del régimen político fue, ya desde los días de mayo de 1810, uno de los puntos débiles del proceso que llevaría a la independencia; desde entonces el grave defecto de la inestabilidad –con sus raíces en el vicio de la discordia, en el espíritu de imitación y en el descuido de la propia tradición– perturbó el desarrollo de la nación, predeterminando de ese modo que la suerte se nos tornaría esquiva”.

Al respecto indicó: “El problema político ha sido un estigma que ha marcado con desdoro la vida nacional. Nos hemos acostumbrado a que las corruptelas mancillen el libre juego de las instituciones y esa mala inclinación ha perdurado para daño de la república y engaño de los ciudadanos, a pesar de la lucidez con que nuestros mejores hombres la denunciaron”.

Ante este realidad, consideró que “el orden jurídico-político debe fundar su legitimidad en una dimensión trascendente; los gobiernos, que muchas veces se identifican abusivamente con el Estado, tienden a ignorar sus propios límites, pretenden absorber a la sociedad y reemplazar con sus recetas ideológicas el ethos del pueblo”.


Se omite la dimensión religiosa de la gesta de la emancipación

Por último, monseñor Aguer lamentó que “han pasado casi doscientos años y muchas veces se ha intentado desfigurar los rasgos peculiares que señalan la identidad originaria de la Argentina. Con ocasión del bicentenario patrio se intenta nuevamente reescribir nuestra historia omitiendo la dimensión religiosa de la gesta de la emancipación y negando la fuente humanista y cristiana de la cultura nacional”.

En particular, precisó que “en los últimos años se ha perfilado nítidamente el propósito de destruir los fundamentos naturales del orden familiar y social y el sentido trascendente de la educación popular. Pareciera que en algunas esferas oficiales, con un fuerte aparato propagandístico e inagotables recursos económicos, se ha puesto en movimiento un nuevo kulturkampf, una guerra cultural contra el sustrato cristiano de nuestro pueblo, que lleva a embestir incluso contra la imagen bíblica del hombre que aún sirve de referencia a la mayoría de los habitantes de esta tierra, más allá de las fronteras confesionales”.

Por ese motivo llamó a “buscar un amplio consenso con todos aquellos que se toman a pecho la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y el necesario desvelo por el bien común” y destacó la necesidad de que “cada cristiano, según sus condiciones, su formación y posibilidades, asuma la cuota de responsabilidad que le corresponde; el aporte de cada uno, aunque parezca el más pequeño, tiene valor, y sumado al de todos puede resultar decisivo en esta hora en la que se juega el futuro de la sociedad argentina”.

Para finalizar, encomendó a María “los graves momentos que vivimos y su incierto desenlace, pero también dejamos a sus pies nuestro propósito de hacer cuanto esté a nuestro alcance para seguir siendo fieles y para que la Argentina no reniegue de la fidelidad que prometieron los hombres que nos dieron la independencia. Fidelidad que muchos otros, multitudes, ratificaron con su trabajo silencioso, su generosa caridad, su anónimo y heroísmo cotidiano. Todo ese bien no puede resultar vano, no lo puede anular la farandulesca apostasía de quienes pretenden hachar nuestras raíces; eso sería reinventar una Argentina que ya no está”.



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