Castelgandolfo (Italia), 23 Ago. 10 (AICA).- Como todos los domingos y festividades, el Papa rezó ayer el Ángelus e impartió su bendición apostólica a los 4 mil fieles y peregrinos que se reunieron en el patio interior del palacio apostólico de Castel Gandolfo, localidad de la región italiana del Lacio donde Benedicto XVI reside durante el verano europeo.
En esta ocasión el pontífice quiso recordar que ocho días después de la solemnidad de la Asunción de María al Cielo la Iglesia invita, a través de la liturgia de este domingo, a venerar a la Virgen María con el título de “Reina”.
La Madre de Cristo es contemplada hoy coronada por su Hijo, es decir asociada a su Realeza universal, como la representan numerosos mosaicos y pinturas.
¡La pequeña y sencilla doncella de Nazaret se ha convertido en Reina del mundo!, esta es una de las maravillas que revelan el corazón de Dios. Naturalmente la realeza de María es totalmente relativa a la de Cristo: Él es el Señor, que, después de la humillación de la muerte en Cruz, el Padre “exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre… en los cielos, en la tierra y en los abismos”.
Benedicto XVI prosiguió diciendo que por un diseño de gracia, la Madre Inmaculada ha sido plenamente asociada al misterio del Hijo: a su Encarnación; a su vida terrena, antes escondida en Nazaret y después manifestada en el ministerio mesiánico; a su Pasión y Muerte; y finalmente a la gloria de la Resurrección y Ascensión al Cielo.
La Madre compartió con el Hijo no solo los aspectos humanos de este misterio, sino, por la obra del Espíritu Santo en ella, también la intención profunda, a voluntad divina, de modo que toda su existencia, pobre y humilde, ha sido transformada, elevada, glorificada, pasando a través de la “puerta estrecha” que es Jesús mismo. Sí, María es la primera que pasó a través del “camino” abierto por Cristo para entrar en el Reino de Dios, un camino accesible a los humildes y a cuantos se confían de la Palabra de Dios y se esfuerzan por ponerla en práctica.
Más adelante en sus palabras previas al rezo mariano del Ángelus, Benedicto XVI quiso celebrar la figura de María en la devoción popular recordando que en la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados por el mensaje cristiano son innumerables los testimonios de veneración pública, en ciertos casos inclusive institucional, a la realeza de la Virgen María.
Sin embargo observó que hoy queremos renovar -como hijos de la Iglesia- nuestra devoción a Aquella que Jesús nos dejó como Madre y Reina. Fue así que Benedicto XVI confió a la intercesión de la Santísima Virgen la cotidiana oración por la paz, especialmente ahí donde más interfiere la absurda lógica de la violencia, para que todos los hombres queden persuadidos de que en este mundo debemos ayudarnos los unos a los otros como hermanos, para construir la civilización del amor.
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